La muerte del torero español Víctor Barrio ha provocado un gran debate en el mundo mediático español. Ya son bien conocidas las polémicas y críticas reacciones de una sección de la gente en las redes sociales -sobretodo Twitter y Facebook- sobre el fallecimiento del primer torero des de 1992. Como ya se ha evidenciado en las propias redes y en los medios de comunicación, en un primer momento destacaron los comentarios rebosantes de alegría y satisfacción ante el fallecimiento de Barrio. Evidentemente, horas después llegaba una segunda oleada de comentarios mostrando una gran repulsión y crítica –como el mensaje de Frank Cuesta– ante tales reacciones.

El mundo es grande y las maneras de verlo, de vivirlo y sentirlo serán pues, diversas. Ante un mundo enorme, donde es fácil la manipulación en masa y la desinformación, hay derechos fundamentales que deben salvaguardarse. Derechos que pese a brillar por su ausencia en muchos rincones, afectan a la preservación de la vida digna de las personas y también de los animales. Por ése motivo, en lo más hondo de mi corazón puedo decir orgulloso que soy anti-taurino. Pero pese a tener tal punto de vista, no sonreí al leer la noticia. Por desgracia, algunas personas que conmigo se hallaban, así lo hicieron en un arrebato emocional.

Toda vida humana y animal debe ser respetada con el máximo rigor pese a nuestras maneras de pensar (aunque algunas actitudes vulneren los derechos anotados anteriormente). Víctor Barrido tenía -como todo el mundo- seres queridos que evidentemente tienen una visión muy distinta a la anti-taurina, pero el hecho no los acredita para ser objetivo de burlas procedentes de una especie de justicia de internautas basada en el ojo por ojo.

Sentirse satisfecho por la muerte de un ser humano, te degrada o te inhibe de cualquier sensibilidad humana (o quizás eres más humano que nunca). Cuando supe de la muerte de ‘Jihadi John’ -yihadista conocido por ser el verdugo de diversos periodistas y voluntarios- hace unos meses por un ataque estadounidense en Siria, no me alegré. Simplemente tuve ganas de vaciar una botella de algún licor que me quemase por dentro. Un masoquismo provocado por el deseo de poder sentir algo en un mundo donde reina la indiferencia. Unas quemaduras etílicas que me hicieran recordar que la muerte del terrorista no haría volver a los periodistas asesinados. Del mismo modo que la muerte de Barrio no devolverá a la vida a los toros y sus derechos.

Más humanidad señores, para ellos… y para nosotros.

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