Si la administración Bush y el pueblo americano de 2001 viesen la situación actual en Afganistán, el rumbo referente a la política exterior hubiera sido otro.

Tras 15 años de conflicto y 2.300 lápidas de patriotas, los talibán controlan más territorio que nunca -sobretodo al sur del país, donde los combates se libraban contra las tropas británicas-, Daesh se está atrincherando en las zonas profundas y la capacidad de Kabul para mantener la estabilidad y el orden se diluye cada vez que se produce un ataque insurgente.

Con apoyo de células de Pakistán, los talibanes son bien conscientes de la beneficiosa situación, aprovechando pues, para realizar ataques en la controvertida provincia de Kunduz, al norte del país. En  octubre se cumplía un año del bombardeo norteamericano al hospital de Médicos Sin Fronteras, destruido durante los últimos ataques talibanes de 2015. El ataque al hospital -edificio protegido por el Derecho Internacional Humanitario- acabó con la vida de 30 personas: médicos y pacientes.

Redada fatal

Como una broma profética, justo 1 año tras el intento fallido de invasión, los talibán volvieron a emprender una ofensiva a la provincia para intentar fortalecer su presencia en el norte del país y ahogar cada vez más a las fuerzas del gobierno, debilitadas por la retirada de las tropas de la OTAN.

Durante el día 2 de este mismo mes, dos operativos de las fuerzas especiales de los Estados Unidos eran heridos mortalmente durante una operación anti-terrorista con apoyo de militares afganos. Durante la respuesta aérea establecida para proteger a los equipos afectados, las fuerzas aéreas norteamericanas mataban a 30 civiles en las inmediaciones. Según fuentes locales, el ataque también habría acabado con la vida con 3 soldados aliados pertenecientes al ejército afgano. Tras el progresivo repliegue de la comunidad internacional en Afganistán, las fuerzas de seguridad se han visto apoyadas por la logística aérea norteamericana y sus equipos de élite, como el décimo grupo de fuerzas especiales (boinas verdes), dónde pertenecían el capitán y el sargento abatidos durante el operativo.

Así mismo, el ‘armytimes’, la revista para los miembros del ejército estadounidense, informó que 63 insurgentes juntamente con 2 cabecillas fueron neutralizados durante la operación. Además, según la agencia Reuters, tras el bombardeo, se produjeron manifestaciones civiles mostrando los cuerpos de niños asesinados como protesta por las acciones realizadas.

Un conflicto olvidado

Las esperadas elecciones presidenciales de los Estados Unidos se realizarán el próximo martes día 8 y, en plena tormenta de arena,  el que ha sido el conflicto más largo de la historia de la súper potencia ha sido un tema totalmente marginado de los debates políticos y electorales. Con un candidato republicano incapaz de situar Afganistán en un mapa y la dudable metodología de política exterior de la candidata demócrata, Hillary Clinton, la cuestión afgana se ha ocultado tras un inútil intercambio de insultos y discursos vehementes.

Sin duda, Afganistán representa un problema a largo plazo para las responsabilidades políticas de Washington D.C, ya que las consecuencias de aquella decisión tomada en caliente tras el 11-S perduran hoy, más que nunca. La gravedad del conflicto ha incrementado gradualmente mientras que en las altas esferas es solamente una incógnita más. 

Un interrogante que debería haber sido tratado durante los debates para esclarecer las futuras estrategias respecto a la gestión de uno de los países más inestables del planeta.

Si es que existen tales estrategias…

 

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