Todo empezó con un imprevisto en la cola del concierto. Mis compañeros y yo, impacientes por entrar y comprar las entradas, fuimos interrumpidos mientras “cenábamos” por un señor, que para nuestra (muy agradecida) sorpresa, nos regaló una entrada. Le dimos mil gracias, y continuamos en la espera de entrar
a la Sala Apolo.
Una vez dentro, en la sala de fumadores, cenamos (esta vez comida), conversamos y Víctor preparó su cámara. Después de un “aperitivo”, nos dirigimos a la sala de concierto; concienciados para una noche de rocksteady, ska y sobretodo de mover el cuerpo sin parar. Tras un pequeño retraso, con un público muy impaciente que llena la sala de silbidos y abucheos, aparece en el escenario Toots & The Maytals, con una sonrisa en la cara y ganas de quemar la Sala Apolo.
Mi cuerpo se llena de ritmo y felicidad. El ritmo del ska se mete en mi cabeza y me olvido de mi alrededor por momentos. Me muevo de un lado al otro, arriba y abajo con los ojos cerrados y sonrisa en la cara. El sonido del coro, totalmente proporcionado y en armonía, se une perfectamente con el grupo creando un efecto eufórico contagioso. Bailo con mis amigos, mientras Víctor ya está disparando fotografías, y al girarme todo el público parece que siente lo mismo que yo.
Suenan temas nuevos, como A Song Call Marley, un single de la banda jamaicana que salió este pasado agosto, junto con algunos del nuevo álbum, estrenado el 28 de septiembre, que no se rebaja para nada de nivel, y sigue teniendo el “flow” de Toots. Pero pasados los primeros treinta minutos, empieza a sonar todo lo old school: temas como Funky Kingston, que me llenan de motivación, y revivo entre el público con otro “aperitivo” en mano. Pasan los minutos y cada vez siento que floto más y más. Botar se convierte en algo muy normal entre el público.
Pasada la hora, empiezan a sonar temas míticos: en el momento en el que (el cantante) suelta el grito, que todo el mundo conoce, el público grita de emoción y yo entre ellos, cojo del hombro a mi compañero, mientras intento imitar la intro de uno de los temas más famosos de la banda: 54-46 was my number. Todo el público enloquece y se mueve como olas en el mar; saltos descontrolados por todos lados expresando un frenesí incansable por el rocksteady.
Lo mismo sucede al rato, cuando suena (con una larga pero no menos necesaria introducción) Monkey Man, que finaliza el concierto de la mejor forma posible; dejándonos al público y a nosotros exhaustos de bailar, saltar y cantar, entre alcohol, humo y risas.
Toots & the maytals lo han conseguido otra vez, han llenado todo una sala de fantásticas vibraciones. Ese chiki-chiki-chiki sonó, mientras las rodillas se flexionaban una y otra vez, los hombros se movían al unísono y las caderas se descontrolaban. La buena vibra tomó a cada uno de los presentes, fue un espectáculo el concierto, claro que sí, pero también los músicos presenciaron otro espectáculo, esa masa anónima armonizada, embriagada por los cánticos e imbuida por la hierba del rey.
Es impresionante ver como un grupo de personas es capaz de mover a uno mucho mayor que ella, sobre todo cuando no hay terror ni coerción ninguna. Ellos aceleraban la marcha o la reducían a su antojo, era algo casi militar, cuando entraba el ritmo ska el furor estallaba y se sucedieron las ollas. Toots es un enamorado de su público y así lo demostró, su potencia de voz llego a todas las cabezas, incluso cuando alejaba su micro exageradamente como tiene costumbre, él interactuó constantemente con la gente, hizo del concierto un show. Sí señores y señoras Toots & the Maytals lo han vuelto hacer, otra noche de temblor, placer dionisíaco y misticismo, ya han pasado días y esas vibraciones aún siguen en nosotros.