Me encantaría no tener que escribir este artículo como lo voy a escribir, dado que esto iba a ser una celebración de la vida, el periodismo musical y nuestro medio, FreeWorld Media, que precisamente empezó su actividad en 2013 con el concierto de Mark Knopfler en el Poble Espanyol de Barcelona. En estos años han pasado muchísimas cosas, hemos escrito sobre muchísimos conciertos, y hemos entrevistado a muchísimos grupos y músicos. La siguiente vez que pudiese ir a un concierto de Mark Knopfler (se nos escapó en 2015) iba a suponer el cierre de una etapa, quien sabe si el final de esta web, pero no va a ser así, porque Knopfler no dio la talla el otro día en el Palau Sant Jordi, y no puedo cerrar un proyecto como este, por un concierto como ese. No es moral. Ahora os contaré el porqué. Aun así, agradecemos tremendamente a Doctor Music (la promotora mencionada anteriormente) por acreditarnos para el concierto y permitirnos asistir a tal espectáculo. Abro crónica.
Es curiosa, la vida. A veces te lo da todo, y a veces no te da nada. A veces te quedas en casa mientras un músico que te encanta está tocando en la otra punta de la ciudad y otras veces te hacen una persona muy feliz al comunicarte que está uno acreditado para ver a uno de los músicos más influyentes del rock, el cantante de Dire Straits, el alma del grupo, el genio de la Dobro. El que profetizó mi vida con algunos de sus temas.
El pasado día 25 de abril, justo 6 años y 3 meses después de la última vez que nos vimos las caras, sobre las 9 y poco de la noche corría un fotógrafo de conciertos sin su cámara enmedio de una cantidad exagerada de gente que estaba expectante delante de las fuentes de delante del museo de Catalunya. El fotógrafo, que sólo ha ido una sola vez al Palau Sant Jordi, recuerda hordas de zombies por esas calles, de la época de Left 4 Dead, de la época de Warcelona (algunos sabrán a qué me refiero), y el mal rollo se adueña de su cabeza. Apartando esos pensamientos malrollistas y sinsentido, y mientras mira google maps sin saber exactamente por donde se llega al estadio, se comunica con sus compañeras de Metronome.press para que le echen un cable en tal empresa que a priori parece un fracaso, el concierto está a punto de empezar y el fotógrafo sin su cámara todavía no está en la zona de prensa de redactores, donde le han asignado esta vez.
Corriendo como un loco, sube las escaleras mecánicas que le harán llegar a la zona prometida, el espacio donde se va a hacer el buen rock por última vez en Barcelona.
Después de encontrar la campana, y a sabiendas que no es por allí por donde debe entrar, se apresura y entra por la puerta de la izquierda. El estadio está controlado por una empresa llamada BarnaPorters, empresa que el fotógrafo sin cámara conoce muy bien, ha estado trabajando año y medio en el pasado para ellos. Como era de esperar, el fotógrafo se encuentra a su antiguo responsable de zona, cruza cuatro palabras con él, y se va a la zona 204 (que realmente parece que era la 104), la zona de prensa, donde le está esperando la redactora de Metronome, que ha tenido la amabilidad de guardarle un sitio, por muy mala cara que le haya hecho el hombre mayor que va a tener al lado.
El escenario no es algo grande ni ostentoso, no hay pantallas, sólo algunas luces azules, y algún que otro foco blanco (gracias). Knopfler ya está encima de la plataforma, tocando un tema que el ahora redactor no sabría reconocer, pero al que no va a poner pegas, porque sabe, o espera, que empiece lo que ha venido a escuchar.
Y así, inesperadamente, aparece la guitarra de los sueños del fotógrafo sin cámara, ahora redactor en funciones, la dobro, la guitarra de metal adorada, y empiezan los acordes de Romeo And Juliet. El ahora redactor se emociona, pero no deja que sus sentimientos le puedan y no los exterioriza, aunque no le faltan ganas. Julieta siempre fue importante, y la canción, demasiado descriptiva para lo que puede soportar, pero no se deja vencer. Audio de 7 minutos enviado, munchies encima de la mesa. El ahora redactor está curado de espanto.
Desterrando ciertos pensamientos de su cabeza, por segunda vez en la noche, se deja llevar por otro gran tema, Once Upon A Time In The West, clásico donde los haya del que fue uno de los mayores exponentes de su género, así como Your Latest Trick, su pedazo de solo de saxo, que no toca el protagonista del show, y otra casualidad demasiado descriptiva, pero no tanto como la anterior. La emoción. Aquí ya no hay juego alguno.
Y sí, se está haciendo viejo, y no llegaba a ciertas notas, y se saltaba algunas otras de los solos de guitarra tan fantásticos que se solía marcar cuando era más joven, pero la edad pasa factura. Casi 70 años no son pocos. Y se notan. El ahora redactor se siente un poco decepcionado, lo que recordaba de años atrás no es lo mismo que está viviendo ahora. Quizá sea el tiempo, todo lo vivido gracias a ese primer concierto que fue la chispa que encendió el fuego que se mantiene vivo a duras penas, quizá sea que el ahora redactor ya no tiene esa inocencia que hace años era su marca personal. Quien sabe.
Y justo cuando estaba lamentando esto mismo, se dejaron escuchar las primeras notas de uno de las canciones más largas y épicamente impresionantes que el ahora redactor ha escuchado en su vida, y que ahora va a poder escuchar en directo una última vez. Telegraph Road y aquél solo de guitarra que prácticamente consiguieron hacer emocionar a un chaval de 17 años recién cumplidos que no creía lo que estaba viendo, y ahora, aunque lo cree, le sigue costando. Viaje al pasado de 14 minutos. Y el solo de guitarra vuelve a pasearse por sus oídos, 6 años después, entra y sale como le da la real gana, así, en emulsión con el resto de instrumentos, y el ahora redactor se lo goza como nadie en el estadio. Como bien dicen en la crónica de mis compañeras, “las manos del músico deberían ser patrimonio de la humanidad”, porque sigue siendo rejodidamente ágil, pero ya no es lo mismo. No podía serlo y las expectativas del fotógrafo que ahora es redactor, eran demasiado altas.
Al poco, terminó el concierto, después de algo así como dos horas y media, y el ahora redactor y la redactora de Metronome hablan de la posibilidad de que no haya bises, dado que Knopfler está algo mayor, e incluso él mismo lo ha reconocido al empezar la actuación, siendo así la única interacción con el público de la noche. Se retiran del escenario, pero las luces siguen apagadas.
¿Habrá bises?
Vuelven los focos, y empieza otro gran clásico, “Money For Nothing“, que va a ser el último tema de la noche. Se apagan los focos, los dos redactores se levantan y se marchan. Cuando giran la curva del estadio ven todas las luces encendidas. El espectáculo ha terminado.
Y el fotógrafo sin cámara, que esta noche ha sido redactor, se pregunta que fue de su canción favorita de todos los tiempos, Brothers In Arms, o que fue de Tunnel Of Love, o que fue de Sultans Of Swing o Walk Of Life. El que fue redactor se pregunta por qué ha salido notablemente decepcionado del Palau Sant Jordi, se pregunta qué sentido tiene, cuando acaba de presenciar por segunda vez a uno de los mayores genios musicales que ha parido la historia del siglo XX y de toda la historia de la música general. Y de repente, se da cuenta del porqué. El que fue redactor sonríe con pesar y cierta lástima, y baja hasta Plaça Espanya con su colega, mientras habla con ella de la vida. No ha estado mal.
Gracias otra vez a Doctor Music por acreditarnos, se aprecia mucho.
Gracias a Ale Espaliat por cedernos la foto de portada.