Muchos años después, al frente de sala Apolo, hube de recordar aquella tarde remota que el periodismo me llevo a conocer a Max Romeo. Igual no han pasado tantos años, ni esa tarde la recordaba como algo remoto. He querido comenzar de una manera similar a “Cien Años De Soledad”. No se trata de pedantería o de un mero capricho fortuito, sino que en esta crónica no solo quiero hablar de los hechos acontecidos, quiero hablar de mi experiencia.
Periodismo, una profesión complicada, pero comencemos desde el principio. El jueves 3 de mayo me dirigía al encuentro para presenciar lo que sería si no hay alguna novedad, el último concierto de Max Romeo en Barcelona, en lo que sería su gira de despedida “The Ultimate Tour”, en la sala Paral·lel 62, al frente de la mítica sala Apolo.
En esos momentos ni siquiera estaba en mi pensamiento escribir una crónica para este concierto. Compré la entrada en la taquilla y luego ya con sello salí a compartir unas latas con un buen amigo. Estando en esas de repente apareció Víctor, y su cámara fotográfica que le ha acompañado a él y a mí en tantos conciertos.
Vuelta a García Marques, el periodista novel de literatura que ni siquiera se graduó en periodismo. Personaje que padeció tantas vicisitudes en sus años de juventud, de la cual tuvo que comer tanta mierda. Detrás de eso, su carrera periodística.
Víctor me saludó, no estaba de muy buen humor, con gran fuerza de voluntad se encaminaba a cubrir el evento sin ni siquiera estar acreditado, pagando su entrada para poder trabajar y con el temor de llevar la cámara consigo. Diez años lleva en estas andadas, diez años de soledad en los cuales ha tenido que tener voluntad férrea para seguir haciendo lo que hace. Estamos en un mundo donde los peces grandes son dueños de todo, en la prensa pasa exactamente igual, los medios pequeños se ven engullidos o prefieren abandonar porque por mucho amor que le tengas a tu profesión no te da para comer.
Vuelta a lo anterior, allí me ofreció que yo escribiera la crónica. A lo cual dije que sí con muchas ganas, vuelta al periodismo independiente, más lucha que trabajo. Vamos ya con el evento. Al entrar, bien acompañado, visualicé un teatro que me sorprendió muy gratamente, era un escenario de principios del siglo XX en un edificio que por fuera no daba a presentirlo.
El show comenzaba y esta vez Max Romeo además de sus hijos Xana y Azizzi, tenía como invitados a Droop Lion y Lutan Fyah. Tuvo el honor de comenzar la ceremonia Droop Lion, el cual interpretó varios clásicos del reggae con una energía espeluznante. Mucho roots reggae y dancehall en el escenario con temazos como “Police In Helicopter” de John Holt y algo de ska en el cual vibraban hasta los pelos del bigote.
Enseguida la atmosfera del sitio se convirtió en frenetismo, la gente sufría un delirio colectivo de adrenalina y paz interior. Emocionante desde el primer momento, con gran júbilo apareció Lutan Fyah el cual incidió más en el género rocker, ese que tanto me gusta a mí, que tanto me hace recodar a grandes que no están ya como Jacob Miller que hicieron maravillas de este género.
Voces potentes acompañadas por dos coristas impetuosas y una banda que cabalgaba a lomos de un pegaso. Batería, teclados, guitarra, bajo, saxofón y trombón, todos unos grandes profesionales que vivían cada momento como si fuera el último. Un trabajo memorable de todos pero que merece destacar la sección de vientos, potentes en los solos que se sentían entre pecho y entrañas, y el bajista que dominaba el beat imperturbable sin pisar a nadie.
El turno le tocaba a la familia Romeo, Max Romeo, la leyenda, el cual vi por primera vez en los escenarios en 2019 gracias a la profesión de periodista. Entro con ovaciones, vestido con una camisa y pantalón corto playeros de color negro intenso con pizcas de azul marino.
Con rastas gigantescas y elegancia jamaicana, apacible en el escenario nos deleitó con unas pocas canciones, sin decepción ninguna, después de todo es un hombre que se retira de los escenarios. En las dos primeras canciones apenas se le escuchaba, fallo de los sonidistas, técnicos que se encontraban en el evento pero que pudieron corregir más tarde. Después de todo este hombre tiene 78 años y no tiene la potencia vocal de antaño.
En 2019 pudimos vibrar más con Romeo, sin duda los años no perdonan. Ese concierto fue inolvidable para mí con el que pude disfrutar con varios de mis amigos. En este tuve la oportunidad de repetir con un gran amigo y vivirlo con Víctor que la última vez se ausentó por razones políticas.
Para culminar el evento, las nuevas generaciones, los hijos de Max Romeo tuvieron su espacio. Primero le tocó a Xana, con una dulce y melodiosa voz y luego a Azizzi que hizo de las suyas con golpes más rítmicos tirando al rap.
El concierto, una locura, la experiencia irrepetible, el talento, fastuoso, el ambiente, enérgico, impregnado de vapores de cannabis y sudor. La pega, la poca consideración que se nos da como reporteros. Somos gente que intentamos mantener la cultura viva.
Luchamos para predicar la cultura como forma de vida.
Publicitamos, comentamos, expresamos, acompañamos y ponemos nuestro granito de arena para difundir la música y la cultura. No nos debe nada nadie pero merecemos el respeto de otras esferas del mundo cultural. No queremos 10 años más de soledad, aún seguimos recuperándonos del daño que la pandemia le hizo a la cultura.
TEXTO: Guillermo Meriño
FOTOS: Víctor Gallardo