-Fotografía de Clara Fortuny
Hicimos de nuestro mundo un mundo de mártires.
Mártir es el que empuña el fusil Kalashnikov contra el invasor. O el uniformado que defiende la democracia erosionada por columnas de humo en el World Trade Center.
Mártir es el conductor suicida que explosiona en el barrio diplomático en Kabul. O quizás mártir es el voluntario afgano de la Cruz Roja que muere cuando se dirige a repartir vida a los pueblos de Kunar.
Mártir de la libertad es el campesino que recoge olivas en tierras palestinas ocupadas, o quizás mártir de la patria es el soldado que muere apuñalado en un control.
Mártir es el niño que muere prematuramente cuando la furgoneta de la muerte se abalanza por las ramblas de la vida. Mártir también es el chico que conduce esa furgoneta, otro niño, otro mártir, pero de las mentiras de los falsos predicadores de dios.
Mártir de la verdad es el periodista freelance de 25 años que muere  por no ver, sino por mirar, y contar. Mártir del califato es el joven que muere por su odio, nacido de la semilla plantada en la guerra que todos decidieron olvidar. Mártir fue su padre, al que los responsables de su asesinato etiquetaron de ‘daño colateral’ en la lucha contra un mal mayor.
Mártir del viaje para encontrar un futuro de esperanza es el niño de las playas turcas, así como lo son las almas sumergidas en el Mediterráneo, camufladas en cifras que nunca contarán la verdad.
Mártir es la mujer -niña- que se inmola en el mercado de Mandari, Nigeria. Mártir de la vida es la madre que da a luz en un barco de rescate.
Hicimos de nuestro mundo un mundo de mártires. Porque solamente así encontramos justas unas luchas que nunca pudimos justificar. Luchas que nunca pudimos ganar. Luchas justas o injustas, pero que hicimos nuestras, por nuestros mártires.

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